Thursday, May 6, 2010

Número Uno

Editorial

Entramos fuertes y con ganas, creando cultura, juego, movimiento, expectativas... Nostalgias, recuerdos; llegan historias de emigrados desde Oviedo hasta San Sebastián, y lo más importante, parece que hay vida en Santander.

Hemos empezado a rodar, pero lo mas importante es que la bola no se pare. Es entonces cuanto a ti te toca destapar las historias escondidas debajo de los adoquines que se encuentran tus pasos y que con un toque imaginario pasen a ocupar su huequecito entre estas hojas.
Santanderimaginario@gmail.com


Bucles
de César

No hay nada como la seguridad en el mañana. Saber que el Sol, saldrá otra vez por el mismo sitio, con sus primerizos, deslumbrantes y dorados saludos iluminando la bahía. Y si un día, en vez de hacer su cotidiana y rotativa tarea, saliera entre aguas, rodeada de los mules, que siguen saltando para cogerle, pero él sigue y sigue hacia arriba. Viste? Parece que el planeta es una bolita de Lotería precipitándose por la barra latonada, una más.
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Ese reconfortante pasar de agujas, ese tic tac tan caprichoso y orgulloso de suiza exactitud, que nos hace creer que controlamos el tiempo, que lo dejamos caer con cuentagotas, como si unos científicos hubieran determinado que tiene su razón y su porqué, y eso te gusta y te lo compras, y lo luces cubierto todo él de metálico brillo, sentado en el paseo, con sonrisa segura en boca ,y ya de viejo lo guardaste en el bolsillo, hasta le pusiste cadena, y entonces te das cuenta de que no te gusta como es el tiempo. Que te gustaría que saltara bien para atrás, algún pasito hacia delante, tarde pibe.


E-2, e-4.

I.
Raúl odiaba cuando su abuelo empezaba una partida así. Se sentaba al otro lado de la mesa, adelantaba dos casillas el peón de rey, y desde ese momento sabía que no tenía ninguna posibilidad. Daba igual lo que hiciera. Su abuelo sacaría de un momento a otro la reina a pasear, y las piezas de Raúl desaparecerían del tablero. Poco a poco. Sin prisa. Él decía que era para que Raúl aprendiese, pero lo único que hacía era encajar ostias por todos lados. Y sí. Raúl hacía todo lo que podía, pero el abuelo, mirando desde sus grandes ojos grises, parecía adivinar todas sus intenciones. Y en cuanto la reina se movía de su casilla de salida, comenzaba el baile. Era una zorra. Y el abuelo un cabrón que disfrutaba con todo aquello.

Aquel día el abuelo parecía distraído. Ausente. Miraba la bahía desde la ventana. El sol de agosto se reflejaba en los cristales de los barcos de recreo que cruzaban el puntal hacia la bocana. Raúl se puso a su lado. Papá siempre hablaba de lo que costaría hoy en día el piso del abuelo, en pleno paseo Pereda. Cuando el abuelo se giró para saludarlo, Raúl cayó en la cuenta: Hoy hacía cuatro años que la abuela había fallecido. ¿Por qué coño se le había ocurrido a la abuela morirse en pleno verano? La gente no se muere en días soleados. Además, el único recuerdo que Raúl tenía de ella era el de una señora enjoyada y llena de arrugas, que encima le había jodido el viaje a Londres muriéndose.

Raúl le abrazó, sin mucha pasión. Para un día a la semana que se veían, justo tenía que ser hoy el aniversario. Seguro que el abuelo le venía con recuerdos deprimentes. Pero no pasaba nada. Una horita, y ya estaría con sus colegas. Tampoco era para tanto.

- Raúl, hijo, se me había pasado que veníais. Ve a buscar el tablero. Está en el segundo cajón de la cómoda de mi cuarto.

Cruzó el largo pasillo de la casa. De fondo, escuchaba a sus padres hablando con la chica que cuidaba al abuelo. La voz de su madre no hacía más que dar instrucciones. Si ella supiera. Más de una vez había oído al abuelo decirla que a la mujer de su hijo ni puto caso. Que él era el que la pagaba. Raúl pensó que a este paso, la chica iba a quedar desquiciada entre unos y otros. Que ganas tenía de salir de esa casa de locos.

Cuando abrió el cajón, el tablero y las piezas estaban ahí. Pero a Raúl le llamó más la atención lo que había al lado. Sacó el álbum y empezó a hojearlo. Eran todas fotos en blanco y negro. Podía reconocer al abuelo en muchas de ellas, mil años más joven. Con el pelo hacia atrás y un bigote fino. Parecía que él también había sido joven. Raúl sonrió, y pasó la página.

De repente, apareció ella.

En la esquina superior de la hoja. Guapa. Guapísima. Metida en un traje que se ajustaba a sus curvas, acentuando sus caderas. Enseñando las piernas, las medias, los zapatos de tacón. Raúl se quedo embobado. Igual que en aquella película que vieron en el instituto, donde salía aquel hombre diciendo lo de “siempre nos quedará París”. Pelo moreno, ondulado. Riendo. Mirando a la cámara. Al fotógrafo.

A él.

Apartó el papel, y sacó la fotografía. Sujetó la foto suavemente, temiendo arrugarla. Hacerla daño. Llevó su mano hacia ella. Acarició la línea de sus piernas, sus pechos…

- ¡¡Raúl!! ¿Dónde te has metido?

La voz de su abuelo retumbó por la casa, y Raúl recogió todo rápidamente. Colocó el álbum en su sitio, y se llevó las piezas.

- ¡Ya voy!

Aquel día, la partida terminó pronto.

II.
La semana siguiente fue extraña. Antes de irse a dormir, Raúl sacaba la foto. La miraba. Cerraba los ojos, y todavía podía verla. Cuando los abría de nuevo, ella seguía ahí. Mirando y riéndose como si nada importase. Y no era así.

La primera noche, soñó con ella. Claramente. La vio meterse en su cama. Besarle el cuello, y acariciarle. Se levantó tremendamente excitado. Desde entonces, cada vez que miraba la foto antes de acostarse, Raúl sentía que algo no iba bien. No estaba en su lugar. No era normal.

No era normal sentirse atraído por la foto de su abuela.

Porque estaba convencido. Esa cara le sonaba muchísimo. Desde el principio, Raúl se resistió a aceptarlo. Pero cuando más miraba, más se hacía a la idea. Esos ojos. La forma de la cara. Tenía que ser su abuela. Y no era normal.

III.
Cuando llegó el sábado, Raúl puso una excusa para no ir a ver al abuelo, pero no le sirvió de nada. Su padre le recriminó lo poco que le visitaban todos, y a Raúl no le quedó otra que hacer de tripas corazón. Se metió la foto en el bolsillo y se montó en el coche.

Cuando llegó a casa del abuelo, este le esperaba con el tablero montado. Raúl se sentó en su lugar, con la mirada clavada en sus piezas, esperando que de un momento a otro el abuelo le echase la bronca. Seguro que se había dado cuenta de que faltaba la foto. Pero no dijo nada. Simplemente comenzó adelantando el peón de rey. E-2, e-4. Raúl se concentró en las jugadas, sin levantar la vista. De repente, la reina del abuelo se movió de su sitio, y cruzó el diagonal el tablero, amenazando el alfil de Raúl. Entonces, el abuelo levantó la voz.

- “Hijo… creo que tenemos que hablar”.

Raúl siguió sin levantar la mirada.

- “Raúl, hijo, el otro día te llevaste algo que no era tuyo, y deberías devolvérmelo…”

Raúl miraba hacia su alfil, que esperaba impasible a que la reina lo hiciera pasar a mejor vida.

- “No, abuelo”.
- “¿Por qué?”.
- “Porque… quiero tener una foto de la abuela”. Mintió Raúl.
- “Pero, Raúl… esa foto no es de la abuela”.

Raúl levanto la vista.
Y los vio.
Los mismos ojos que en la foto.
La misma cara, pero con muchos años más.


-“Raúl, hay cosas que no deberías saber de mi. Devuélvemela”. Dijo el abuelo, clavando sus ojos grises en los de su nieto.

Raúl puso la foto encima de la mesa, justo al lado del tablero. El abuelo cogió su pieza favorita y se comió el alfil. Raúl no pudo dejar de pensar durante toda la partida en el daño que le estaba haciendo.

Todo fue su culpa desde el principio. De la reina del abuelo.

Aquel día, la partida terminó pronto.

Monet.

Lejos del Mar

por Bruno

Desde que era niño, Pancho fue amante de los animales, especialmente de aquellos que le daban mucho miedo como los lobos o los tiburones. Me acuerdo de cuando papá nos llevaba de excursión a los Picos y Pancho se pasaba todo el día hablando de osos, de tigres y de cualquier animal que nos pudiéramos encontrar caminando por el monte. La verdad es que siempre tuvo imaginación. Yo, en cambio, nunca me vi atraído por algo tanto como mi hermano. Pancho se pasó la infancia coleccionando escarabajos y viendo documentales en la tele. Era capaz de pasarse una tarde mirando las fotos de la enciclopedia de animales. De mayor quería ser biólogo, eso lo decía desde que tenía cinco años.
Sin embargo, compartíamos la afición de coger olas. Cuando cumplí los nueve años, mi tío me regaló una vieja tabla que se había encontrado tirada al lado de un contenedor de basura. Como estaba partida en dos trozos, mi tío los pegó y la puso un lazo de color rojo. Fue el mejor regalo que me han hecho y probablemente del que más provecho he sacado. Aprender no fue fácil, me llevó todo el verano ponerme de pie, pero al final lo conseguí, y desde entonces no he podido bajar de la tabla. Mi hermano Pancho, como todos los hermanos pequeños, se emperró en que quería venir conmigo, y poco a poco, fue aprendiendo también. Al final nos enganchamos a las olas y siempre que podíamos íbamos a la playa, no importaba la época del año, el mar estaba al lado y nos llamaba.
Ahora hace unos tres años que se fue a estudiar biología a Madrid. El tío está encantado con la carrera y dice que poco a poco se ha ido acostumbrando a vivir en una gran ciudad. Yo de momento vivo con mis padres. En verano curro de socorrista y en invierno de lo que sale. Cuando lo pienso no me veo en otro sitio, y menos en un lugar sin mar. Ayer Pancho me llamó por teléfono y me contó que a veces, de la que baja de la facultad para su casa, por una calle que tiene algo de pendiente, se desliza por una ola. Lo hace sin darse cuenta, de repente se imagina que va sobre la tabla y cuando viene alguien de frente, pues gira la tabla; primero hacia arriba y luego hacia abajo, volviendo al centro de la ola. Cuando me lo contó me hizo gracia, pero luego me di cuenta de lo lejos que Pancho está del mar.


Dulce realidad


El color ámbar de la cerveza abarcaba toda su atención, diminutas burbujas ascendían parsimoniosamente a través del líquido, deteniéndose unos instantes al chocar con el cristal. La chica no paraba de hablar pero Jaime apenas podía oír un ligero zumbido de tontas palabras. Llevaba ahí desde las seis de la tarde y cuando miro el reloj, las agujas marcaban casi las diez. Siempre había buscado chicas como Jennifer, la que en estos momentos estaba poniendo verde a cierta amiga suya. Pero en ese momento había perdido todo el interés, y se arrepentía de haber insistido en quedar con ella. ¿Cómo era posible que no se hubiese dado cuenta? Mirándola ahora tenia la absoluta certeza de que no compartía nada con ella, ni siquiera le importaba lo que le contaba en ese momento. Jenny, como le gustaba que la llamasen, hizo una pausa en su monologo y miró fijamente a Jaime.
- ¿No te parece increíble?-
-pues sinceramente no…-
-lo que yo decía, y además se atreve a decirme que soy una falsa, ja. La zorra esa no sabe con quien habla- reanudó su discurso y Jaime se resignó a encogerse de hombros y dar un largo trago a su cerveza.
Aun no sabia porque lo hacia pero siempre había buscado esa clase de perfección superficial que cubre como una pátina a esa gente que se cree perfecta. “Es así de simple” pensó “solo necesitas creerte dios para que te alaben como tal”. Jaime resopló, este tipo de pensamientos le hacían asquear un poco más la simpleza del ser humano. Se levantó de aquella mesa dejando a la chica con un asombro que rayaba lo cómico. Mientras salía por la puerta pudo escuchar como le gritaba que a ella no la dejaba tirada ni dios, ¡ni Dios eh!

Paseó por el puerto observando como se mecían las embarcaciones acunadas por un suave oleaje. Nunca se había parado a pensar que aquello también era hermoso. Aquellas fachadas que se erguían imponentes, la bahía abrazada por las montañas como un pequeño en el regazo de su madre. “es increíble que haya mirado esta bahía millones de veces y hasta ahora no la haya visto”. Una vibración en sus pantalones le despertó de aquel ensimismamiento.

- ¿Jaime donde andas?, estamos en cañadío desde hace media hora ¿estas bien?- Alba parecía preocupada. Desde el fondo escucho la risa de su amigo Pablo
- Seguro que le has pillao follándose al pibón ese, ¡ja!-
-¡Pablo! No seas idiota- Jaime había olvidado por completo la chica con la que había estado toda la tarde
- Sí, estoy bien. Ahora voy “pa” allá-
Encontrar a alguien en aquel mar de gente parecía una tarea imposible. Jaime pegó saltitos con la esperanza de encontrar la cabeza de Rober (el más alto de sus amigos) entre la multitud. Por fin los localizó y se abrió paso entre codos y barrigas hasta ellos. Pablo lo agarró del cuello con su patentado “abrazo del oso” y le propinó un cariñoso y desmesurado puñetazo en el estomago
- ¡Aquí esta el semental! Fieeeera- a juzgar por la media sonrisa que se le había instalado furtivamente en el rostro, la cerveza que sostenía no era la primera. Alba le cogió cariñosamente del brazo con un fuerte nerviosismo en los ojos
- tranqui tío, si además no nos hemos liao ni na. No se, ha sido bastante raro- Alba transformó el nerviosismo anterior en un alivió que sorprendió a Jaime, en cambio Pablo se aparto de él de forma brusca y puso una teatral pose con los ojos en blanco.
- No, si ya decía yo que eres raro de cojones. Seguro que al final tiene Manu razón y eres gay. Pues a mí no me mires que yo estoy con Rober-
-Más quisieras- añadió Rober con una sonrisa
-Bah, dejadlo. ¿Quien me invita a una cerveza? que luego saco pasta- y, por segunda vez en el mismo día, Alba le sorprendió al ofrecerse con insistencia -si además te debía una- Jaime no recordaba eso pero no le hizo ascos a la oferta y la siguió a la barra del bar.
Mientras esperaba a que les sirvieran la miró y, como le había sucedido con su hogar, se dio cuenta que no la había visto hasta ahora. Alba no era lo que Pablo llamaba un pibón. Era bajita, tenía los pechos pequeños y labios demasiado finos. Tenía un pelo bonito, pero se le encrespaba con facilidad. Era, en conclusión, una chica normal. Pero Jaime descubrió que había mas cosas que no había sabido apreciar. Sus ojos brillaban cargados de inteligencia y entusiasmo. Su forma de hablar, que había considerado demasiado tímida, demasiado inocente, se tornaba ahora cariñosa y amable. Una atracción surgió de lo más profundo de su corazón como una descarga eléctrica que le hizo estremecerse
- Has cambiado- dijo. Pero al instante se dio cuenta de que no era eso, era él el que había cambiado. Algún ser misericordioso le había quitado la venda de los ojos.
- Pues no sé- dos círculos rojos se le instalaron en los pómulos. Él le acarició la mano que tenia sobre la barra con lo que consiguió que el corazón de ella apretase el turbo.
- Creo que llevo toda mi vida siendo un idiota, perdona- Jaime se encontraba extrañamente calmado.
La cogió por la cintura y la besó. Un torrente de sentimientos le recorrió el cuerpo. Notó como esos finos labios temblaban al contacto con los suyos, notaba sus pechos apretados contra su cuerpo y el latido desbocado de su corazón. Cuando él fue a abrir la boca ella se la selló con otro suave beso. Lo cogió de la mano y tiró de él hacia la puerta, olvidándose de sus cervezas, sus amigos, y todo lo que les rodeaba. Ahora solo existían ellos. Se escabulleron entre la gente que abarrotaba la plaza y corrieron sin parar hasta sentir como el agua de la bahía les mojaba la cara y el viento les revolvía el pelo. No habría podido explicar porqué lo habían echo pero ambos los necesitaban. Alba lucia una sonrisa radiante y en sus ojos había explotado una bomba de brillo y color.
- esto es precioso- miraba hacia la bahía pero él sabia que no se refería solo a eso
- Ven, sé donde podemos estar tranquilos- Jaime la condujo hasta su coche, que no estaba lejos. La abrazaba y sentía su calor. Toda la imperfección que antes le parecía tan evidente se había difuminado como si un bondadoso pintor hubiese aplicado su dedo para transformar los defectos en una potente atracción.
En la intimidad del viejo vehículo ambos se fundieron en el calor de sus cuerpos y cuando Jaime sintió como la tensión en todos sus músculos crecía, transportándolo al éxtasis, lloró. La felicidad lo había invadido y las lágrimas de la ilusión corrieron libres por sus mejillas. Ella lo miró tiernamente y le pregunto en un susurro
-¿por que lloras?- Jaime sonrió de oreja a oreja
-porque eres real-
Y ambos lloraron de verdadera felicidad.
Dani.

Mi barrio, mi bici


Esta es mi bici.
Llevamos saliendo siete años. Juntos hemos recorrido Santander mil veces, desde San Fernando hasta las universidades. A veces vamos dando un paseo hasta el faro por el camino que bordea Mataleñas. Si hace sol, nos gusta ver el mar rompiendo en los bajos de la Virgen del mar, en Arnía y en Covachos. Pero cuando mejor lo pasamos es en verano, porque nos acercamos hasta Boo para saludar a las dunas, la ría y los surferos.

Anoche la deje durmiendo en la acera delante de mi casa, en su sitio favorito. Alguien se acercó sigilosamente y la tapó la boca mientras cercenaba el candado con alevosía y más pena que gloria. Malherida y renqueando, la bici fue secuestrada contra su voluntad.
Cuando fui a darle los buenos días, solo encontré el hueco de su ausencia sobre el asfalto.

Santander está enfermo, y tenemos que curarlo. Me pregunto si un Domingo será suficiente...

Esta historia es real. Si ves esta bici en Santander, recuerda que es robada, y no dudes en llamar a la policia. Como podeis ver, el cuadro es marca Felt negro y plateado con amortiguadores Rock Shox. El sillín está hecho un cristo, pero es de gel bueno.

La bici tiene 24 velocidades, cambios Shimano (creo) y pedales con puntera de plástico negro. Recuerdalo, es una bici robada.

Si eres el secuestrador, nunca es tarde para cambiar.



El Túnel

Acaba la noche y la sardinera me ofrece de comer, siempre atenta para los que pasamos hambrientos a su vera y no nos queda para un peligroso kebab. Menos mal que Jank y Treze se encargaron darle otra cara a la entrada con ”sueños de ser grandes” para desvelarte un poco más. Me detengo y observo a la chica, me gusta. Miro hacia atrás y ninguna cara conocida. Pero no hay problema. Me esperan 760 metros de placer…
Sí, como tantas otras noches, volví a cruzar ese agujero que atraviesa las entrañas Santander de Norte a Sur. No estaba yo para subir a visitar al General Dávila…En bicicleta, en bus, corriendo, en coche, en el manillar de un colega... Como ya me enseñaron en el colegio, la distancia más corta entre dos puntos… Túnel.
Lleno de humo, polvo, ruido y caras tristes... Seguramente se llevaría un premio entre los sitios más feos de Santander. Y yo que me lo crucé caminando la primera vez que aterricé en esta ciudad nada más llegar (interesantes guías las mías).
Pero, curiosamente, mientras las baldosas pasan debajo de mis pies, las mejores ideas afloran en mi cabeza. Baldosas y columnas que me esconden historias para todos los gustos… Se trata, sin duda, de uno de los mejores lugares para reflexionar, pensar en sus movidas y apurar el paso buscando el otro lado.
Asoma la luz y un viento frio que vuela desde el mar me recuerda que ya ha empezado un nuevo día. Yo ya llego tarde, pero no me importa. Paseando entre caras somnolientas apresuradas y mochilas colgando por detrás… se me dibuja sin quererlo una sonrisa en la cara. Hoy, que no cuenten conmigo. Todas las cosas parece que tienen un toque distinto. Quizás esté soñando, los olores han cambiado, las paredes de los edificios ya no tienen el color de hace unas horas, las papeleras están al acecho en cada esquina y el sol ya empieza a iluminar los pisos más altos…
Me paro a recordar, que lento y que rápido pasa el tiempo, si hace un rato acababa de entrar en el TÚnel.
Le Hyperbolé.